La jugada demócrata sale bien: derrotan a los candidatos trumpistas que apoyaron
Los candidatos del partido de Biden ganan todas las elecciones contra los rivales extremistas a los que ayudaron a ganar las primarias republicanas

Era una apuesta arriesgada y hasta resultó polémica dentro del propio Partido Demócrata. Acusar a Donald Trump y sus seguidores de poner en riesgo la democracia, pero a la vez apoyar a algunos de sus candidatos más extremistas no parecía lo más coherente. El cálculo era que esas figuras iban a asustar a los votantes moderados e independientes. Y ha salido bien: los demócratas han derrotado con claridad a los candidatos trumpistas a los que ayudaron a ganar las primarias republicanas para tener rivales más débiles al apelar al conjunto del electorado.
Los demócratas destinaron decenas de millones a elegir a sus contrincantes. El apoyo se intentaba disimular, pero era evidente. Por ejemplo, en el caso de John Gibbs, que optaba a un escaño de la Cámara de Representantes por Míchigan, el respaldo se dio en forma de crítica, que resultó música para los oídos de las bases del Partido Republicano, las que votan en sus primarias. El partido de Biden bombardeó con anuncios que decían que John Gibbs tenía “las mismas políticas” que el expresidente Donald Trump; que era “demasiado conservador”; que estaba “respaldado por Trump”, y que apoyaba “la línea dura contra la inmigración en la frontera” y la “educación patriótica”.
Los demócratas consiguieron así eliminar de la ecuación al actual congresista, un político moderado, y tener como rival a un candidato que sostenía, nada menos, que el jefe de campaña de Hillary Clinton participaba en rituales satánicos con fluidos corporales. Le han ganado con claridad.
El Partido Demócrata también veía en riesgo el puesto de Maggie Hassan como senadora por New Hampshire. Al final, Hassan ha logrado una cómoda victoria frente a Don Bolduc, uno de los generales retirados que firmó una carta sosteniendo el bulo de que Trump ganó las presidenciales de 2020. Está tan a la derecha que llamó “comunista” al gobernador del Estado, un republicano tradicional. Los demócratas atacaron a su rival en las primarias a su rival, Chuck Morse, por su buena relación con Mitch McConnell, líder de los republicanos en el Senado y poco popular entre los votantes trumpistas. Bolduc ganó por estrecho margen las primarias y ha perdido con claridad este martes. En ese mismo Estado, los demócratas apoyaron a otro trumpista, Robert Burns, al que también han derrotado ahora.
Más allá del Congreso, la estrategia ha dado resultados en la batalla de los gobernadores. El de Illinois, el demócrata multimillonario J. B. Pritzker, destinó más de 30 millones de dólares a interferir en las primarias republicanas y lograr que saliese elegido, con el apoyo también de Trump, el ultraconservador Darren Bailey. Entre sus propuestas está la de dejar a Chicago, la principal ciudad del Estado, fuera de Illinois. Darren Bailey es negacionista pandémico y electoral y ha sostenido que el Holocausto judío no es nada comparado con el aborto. Tras ganar las primarias, los votantes le han dado la espalda.
Otro candidato a gobernador extremista al que han apoyado los demócratas es Doug Mastriano, en Pensilvania. Es otro negacionista electoral entregado de lleno al trumpismo que acudió a Washington el 6 de enero de 2021, el día del asalto al Capitolio, junto con decenas de seguidores en autobuses que él mismo había fletado. Mastriano, militar retirado, sostiene que el cambio climático es un bulo y se opone no solo al aborto, sino también al matrimonio homosexual y a la adopción de niños por parejas del mismo sexo. Ha perdido por unos 13 puntos, 10 más que la diferencia por la que han sido derrotados los republicanos en la batalla de ese Estado por el Senado.

Dan Cox, candidato a gobernador por Maryland, dijo tras el registro de Mar-a-Lago, la mansión de Donald Trump, que el FBI era como la “Stasi comunista” [de la extinta RDA] y prometió poner la guardia nacional y la policía de Maryland a combatir al Gobierno de Joe Biden y su “corrupción” si salía elegido. Los demócratas lanzaron anuncios en que le describían como “100% provida” y defensor de la Segunda Enmienda, que establece el derecho a llevar armas, lo que le permitió, también, ganar las primarias y perder ahora.
Los demócratas han emulado a la senadora Claire McCaskill, que veía amenazada su reelección en Misuri en 2012. Eligió como contrincante a Todd Akin, el candidato más conservador y menos preparado dialécticamente. En plena campaña, le preguntaron si rechazaba también el aborto en los casos de violación, y Akin respondió que esos embarazos eran raros y que “el cuerpo de la mujer tiene mecanismos para cerrarse del todo” si se trataba de “una violación legítima”. McCaskill supo entonces que la jugada le había salido bien.
El republicano que ha sobrevivido a la venganza de Trump
Solo 10 republicanos apoyaron en la Cámara de Representantes someter al expresidente Donald Trump a un juicio político (impeachment) por su papel agitador que llevó al asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021. Trump juró venganza y la mayoría de esos congresistas no estarán en el Capitolio a partir de enero. Hubo cuatro que tiraron la toalla desde el principio y ni siquiera optaron a la reelección: Anthony Gonzalez (Ohio), Adam Kinzinger (Illinois), John Katko (Nueva York) y Fred Upton (Michigan), algunos dando un portazo y otros más discretamente. “Grandes noticias, otro que muerde el polvo”, iba celebrando Trump.
Al resto, Trump los plantó cara en las primarias republicanas. Peter Meijier (Michigan), Jaime Herrera Butler (Washington), Tom Rice (Carolina del Sur) y Liz Cheney (Wyoming) cayeron frente a candidatos declaradamente trumpistas. El expresidente celebró como “maravillosa” la derrota de esta última y llamó “loca, rencorosa y mojigata”. Cheney se ha convertido en enemiga de Trump y ha impulsado la comisión de investigación parlamentaria sobre el asalto al Capitolio.
Solo dos de los 10 lograron pasar el corte: David Valadao (California) y Dan Newhouse (Washington). Este último logró ayer su escaño y sobrevivir a la venganza de Trump. En el caso de Valadao el escrutinio va muy lento y todo está en el aire. Además, Lisa Murkowski, una senadora por Alaska que votó a favor del impeachment se juega la reelección contra una trumpista, pero su resultado no se sabrá hasta dentro de un par de semanas, por el peculiar sistema de voto de ese Estado.
Las elecciones en EE UU abren una nueva era en el Partido Republicano y animan la carrera demócrata hacia 2024
De las urnas emerge la figura de DeSantis, el más serio competidor de Trump en las filas conservadoras. Los aspirantes demócratas a enfrentarse a Biden por la nominación a la Casa Blanca esconden sus cartas

En una noche en la que el Partido Republicano esperaba más —y que está lejos de haber terminado; aún está por decidir quién controla el Senado y la Cámara de Representantes —, les quedó a sus simpatizantes un consuelo por encima del resto: la aplastante victoria en Florida, y especialmente en el condado de Miami-Dade, el más poblado del Estado del sol. Esos votos impulsaron las candidaturas de Marco Rubio, como senador, y, sobre todo, de Ron DeSantis, que hace cuatro años se ganó el puesto de gobernador por un estrecho margen de 42.000 votos y esta vez se lo ha llevado, espoleado por el apoyo de los electores independientes, por una diferencia de 1,5 millones y un 57% del voto latino.
Es sintomático que la mejor noticia para un partido que el miércoles amaneció inmerso en una nueva era no viniese de la persona que lo tiene secuestrado desde hace años, Donald Trump, sino de una estrella ascendente como DeSantis, que no oculta su intención de aspirar a la presidencia de Estados Unidos. En el único debate de la campaña contra su contrincante, Charlie Crist, se negó a garantizar que fuera a terminar su mandato como gobernador si escuchaba los cantos de sirena de la Casa Blanca.
El expresidente, por su parte, pensaba subirse a una ola roja (tal es el color político de los conservadores en Estados Unidos) rumbo a las elecciones presidenciales de 2024. En su acostumbrada megalomanía se la imaginaba como un tsunami, pero quedó en mucho menos, gracias a que el Partido Demócrata resistió su empuje. Y eso que contaban con un líder como Joe Biden, debilitado en las encuestas y acosado por la inflación, la gestión de la inmigración y la preocupación de los votantes por la seguridad.
Biden tampoco oculta su deseo de renovar su mandato en la Casa Blanca en la cita de dentro de dos años, cuya precampaña quedará inaugurada cuando se certifique la última papeleta de estas elecciones de mitad de mandato, en la que se votaba la renovación de los 435 asientos de la Cámara de Representantes —en la que la aguja se inclina del lado conservador, aunque con menos fuerza de la esperada— y un tercio del Senado. A estas alturas, parece probable que para conocer quién controlará la Cámara alta habrá que esperar al 6 de diciembre, al desempate en Georgia entre el demócrata Raphael Warnock y el republicano Herschel Walker.
Triunfo de Biden en Pensilvania
A falta de los resultados definitivos, en los que no puede descartarse un vuelco de última hora, los primeros análisis invitan a pensar que Biden ha aguantado el tipo mejor de lo esperado, teniendo en cuenta que uno de los grandes triunfos de los suyos ha llegado en Pensilvania, el Estado que lo vio nacer, tradicionalmente decisivo en las presidenciales.
Es casi el único territorio en el que ha hecho campaña, una campaña en la que muchos candidatos demócratas lo han rehuido como a un apestado, preocupados de que su mala sombra frustrara sus opciones de triunfo. Allí dio por inauguradas las legislativas en septiembre con un discurso en Filadelfia en el que anunció que libraría una “batalla por el alma de la nación”. Es también el lugar en el que más directamente se ha enfrentado con Trump, que ha encadenado un mitin en Pensilvania con el siguiente, y ha fallado estrepitosamente en sus apuestas a los dos principales candidatos: Doug Mastriano y Mehmet Oz (que ha perdido en la batalla por el Senado contra John Fetterman, tal vez la pugna más celebrada por sus contrincantes).
Uno de los principales argumentos de Biden para insistir en volver a presentarse en 2024, pese a las serias dudas que hay entre los suyos sobre su idoneidad (basadas en su perfil impopular, sí, pero, sobre todo, en que llegará rozando los 82 años), es precisamente ese: solo él se ha demostrado capaz de vencer a Trump en unas elecciones (aunque Hillary Clinton lo derrotara en el voto popular, y en 2018 los demócratas ganaron en el Congreso por 41 asientos en las últimas legislativas). Fuentes de su Administración han deslizado que si ese enfrentamiento no se repitiera, el presidente, que identifica al magnate con un peligro para la democracia, podría hacerse a un lado.
Está previsto que Trump anuncie el próximo martes en Mar-A-Lago, la mansión en la que convocó una fiesta para ver los resultados el martes que acabó aguada, su candidatura en 2024. Quiso hacerlo el lunes pasado, pero le convencieron de lo contrario, para evitar que la noticia espoleara el voto demócrata. Inasequible al desaliento, el expresidente envió un correo electrónico este miércoles a sus seguidores en el que les pedía dinero, y prometía que su discurso de la próxima semana “será quizás el más importante pronunciado en la historia de Estados Unidos”. No hay que olvidar que el expresidente tiene varias causas legales abiertas que podrían entorpecer sus planes presidenciales. Tampoco, que si los republicanos recuperan, como parece, la Cámara de Representantes, se han mostrado dispuestos a echar pelillos a la mar y enterrar esas investigaciones, aunque eso sentaría peligrosos precedentes.

DeSantis, por su parte, pasó la jornada poselectoral firmando órdenes ejecutivas destinadas a paliar los efectos de una tormenta tropical en Florida y abonando su imagen de líder, que puede ser muy duro cuando se calza el uniforme de “guerrero por la libertad” en asuntos como la educación o los derechos LGTBI, pero al que también adorna la virtud de la sobriedad. Una especie de Trump 2.0 que batió tan pronto como en septiembre un récord, ese sí, histórico, de recaudación en una campaña para gobernador, según la organización centinela de la relación de dinero y política en Estados Unidos, OpenSecrets. DeSantis acabó con 200 millones de dólares en la hucha, que no ha gastado por completo. Sobre la perspectiva de ver a ambos enfrentados, dijo un relajado Biden este miércoles en un discurso en la Casa Blanca que “será divertido de ver”.
Infalible DeSantis
Ese perfil de ganador infalible de DeSantis no acompaña en los últimos tiempos a Trump. “Ha liderado su partido de derrota en derrota”, escribió al calor de la resaca electoral el analista conservador David Frum en The Atlantic. Frum considera que los republicanos harían bien en pasar página de su “superpoder”. En eso también está de acuerdo, por aquello de no dejar de “seguir el dinero”, el megadonante Ken Griffin, fundador de la firma de inversión Citadel, que ha dado 60 millones de dólares a los republicanos en este ciclo. Dijo en una entrevista con Politico que estaba listo para apostar por DeSantis. “Por una letanía de razones, creo que es hora de pasar a la próxima generación”, añadió.
Si la alternativa en el Partido Republicano parece más clara tras las legislativas (otros posibles candidatos, como el gobernador de Texas, Greg Abbott, suenan repentinamente alejados), las cosas no resultan tan fáciles en el lado demócrata. Sus miembros de mayor perfil han evitado pronunciarse sobre sus intenciones de postularse en 2024, aunque eso no ha detenido las especulaciones, uno de los deportes nacionales en Washington. Ha habido candidatos, eso sí, que han expresado abiertamente que no ven aconsejable que Biden se vuelva a presentar, por motivos que tienen que ver sobre todo con su edad. La idea, que cundió en el Partido Demócrata antes del verano, de que convenía ir pensando en darlo por amortizado, generó un enorme malestar en la Casa Blanca, que llamó a un cierre de filas.
Una candidata lógica a suceder al presidente si este finalmente se lo pensara mejor, o no fuera capaz de enfrentarse al oneroso proceso de una campaña presidencial cuando esté a punto de cumplir 82 años, sería la vicepresidenta Kamala Harris. Pero el entusiasmo que la aupó al puesto pronto se tornó en escepticismo sobre su idoneidad para desempeñarlo. Esa sospecha ha creado un vacío para que otros aspirantes puedan llenarlo.
¿Qué aspirantes? Los analistas difieren en los nombres, pero coinciden en el cargo que ostentan actualmente muchos de los que suenan. Sería el caso de los gobernadores Gavin Newsom, en California; J. B. Pritzker, en Illinois, y Gretchen Whitmer, en Míchigan. Los tres comparten otra cosa: ganaron sin problemas el martes. Whitmer tiene el atractivo añadido de que lo hizo contra una decidida trumpista, Tudor Dixon. Con su triunfo abonó la idea de que si es pronto para sentenciar que las legislativas han sido un referéndum sobre la figura de Trump (no conviene subestimar su capacidad para desdecir a quienes lo han dado una y otra vez por liquidado), sí está claro que los estadounidenses se han pronunciado sobre el trumpismo. Y lo que tenían que decir no ha resultado muy halagador